En “La
teta asustada” hay mucho susto, pero también hay mucho cine. Y, cómo no, está
el humor, colorido, simpatía, fiesta y amor de los excluidos de las sociedades
latinoamericanas.De esta forma esta hermosa película le dio al Perú su primera nominación al Oscar,
que quedó algo opacada por el brillo de “El secreto de sus ojos”, la película
argentina de Juan José Campanella que finalmente ganó la estatuilla de
Hollywood.
El segundo largometraje de Claudia Llosa es una realización pudorosa y de aliento poético, que sin perder nunca la hebra de la intimidad logra encumbrarse hasta dibujar un poderoso cuadro de la historia y el presente de la sociedad peruana.
Esta narra la vida y pesares de Fausta (Magali Solier), una mujer de origen indígena que trabaja en una burguesa casona de Lima como empleada doméstica, la directora Claudia Llosa deja de lado los diálogos explicativos y las sicologías obvias para optar por recursos como el silencio, las texturas de las plantas y las canciones en quechua.
Así, sabemos que el miedo que persigue a la protagonista (la “teta asustada” del título) proviene de la violación que sufrió su madre cuando aún la tenía en el vientre. Por lo tanto ese susto brutal, recibido antes de nacer, permanece en ella como una marca genética de opresión y violencia, de parálisis y ensimismamiento.
Es un trauma sobre el que el filme propone una idea aún más radical, ya que, en una apuesta sensacional y arriesgada, la directora hace que su protagonista, temerosa de cualquier relación sexual, lleve todos los días de su vida, dentro de su vagina, una papa. El tubérculo actúa como sello y clausura, como dique a cualquier roce con los demás. Y la directora crea una tensión notable en torno a ese cuerpo extraño que habita ese otro cuerpo, abatido por años de violencia.
Cerrada al mundo exterior, esta mujer morena solitaria y tímida es la imagen de la marginación social de toda una raza. Instalada en una Lima de extremos sociales que se unen solamente por medio de una larga escalera de cemento, que parece un símbolo de la insalvable distancia entre ricos y pobres, Fausta ve pasar los días sin otra preocupación que buscar el lugar más cercano y barato donde enterrar a su madre.
Con inteligencia y constancia, la cámara de Claudia Llosa sigue siempre a Fausta, y la sigue de frente, con ella mirando al lente, como un personaje que se asoma a un mundo en el que no está necesariamente invitada a participar.
Con
este tipo de film a uno como espectador le quedan claro los matices de la vida,
los claroscuros del destino y las contradicciones de nuestro continente, que
esta película por cierto sabe expresar de manera original y conmovedora.
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