jueves, 25 de agosto de 2011

Madre: Un bello film oriental


Sólo cuatro largometrajes le han bastado al coreano Bong Joon-ho, para instalarse como el cineasta “nuevo” más reconocido del mundo.
En sus películas se habita un universo único, en el que la comedia y el drama, lo policial y lo irracional, se unen a través de una visión original, irónica, estremecedora y a ratos sumamente dura sobre la vida en su nativa Corea del Sur. Un país lleno de estímulos y símbolo del desarrollo industrial asiático, que, como él mismo declara, “es muy especial, porque existen todos los niveles. Es una mezcla de éxito, de perfecto, de limpio, con lo fallido, lo sucio y lo inacabado”.
“Madre”, al igual que su anterior cinta “Memories of Murder  se configura de ese modo, variado en tonos y rico en contrapuntos.
Esta vez, el director presenta un recorrido estremecedor por la vida de dos personajes desamparados: una madre que trabaja en una yerbatería y practica acupuntura (Kim Hie-ya, famosa actriz de televisión en Corea), y su hijo, Yoon Do-joon, de 27 años, joven de chasquilla hasta los ojos y quien sufre una ligera deficiencia intelectual.
Es por esa discapacidad y por ser su único hijo, que la madre lo sobreprotege hasta el extremo: Duermen juntos, ella le da comida en la boca y lo vigila en todo momento, incluso cuando él orina. Es una relación obsesiva y asfixiante de la cual el hijo sólo puede escapar cuando se junta con su amigo Jin-tae, tipo avispado que conoce todos esos secretos de la vida que Do-joon ignora.
La imagen inicial del filme, sin embargo, parece pintar un panorama mucho menos sombrío: en un soleado trigal, la madre camina unos pasos, se detiene y se pone a bailar sola al ritmo de una curiosa musiquilla. Ya bien entrado el relato, el espectador entiende la razón de esa imagen, cómo llega la madre ahí, y cómo esa alegría epifánica de la mujer ha sido antecedida por el que bien puede haber sido el momento más extremo de su vida.
El cine de Bong Joon Ho está marcado por esos contrastes sutiles, por esas paradojas inexplicables que matizan a diario la existencia de los seres humanos.

Ante el lente atento de Bong Joon-ho, todo puede ser distinto de lo que creemos en el instante menos esperado. Y un cambio de perspectiva manejado por su diestra cámara basta para comprobarlo.
De esta forma y como casi ningún otro director, Bong Joon ho se instala en la frontera casi indefinible entre el bien y el mal en que, día a día, se sitúan nuestros actos y sus consecuencias. Es el mundo bajo la mirada de un hombre que se atreve a ir hasta el final de sus ficciones, hasta ese punto donde más duele, y que no por eso deja de presentar una luz de esperanza, aunque sea tortuosa, al final del viaje.