La consecuencia inmediata que me causó la lectura
analítica de la novela filosófica “Memorias del subsuelo” del escritor
ruso Fiódor Dostoievski es que, sin lugar a dudas, el lector es parte
fundamental del andamiaje de esta obra.
¿Qué es lo que pretendía Dostoievski?. Las Memorias
ocupan un lugar trascendental en el mundo dostoievskiano, pero no se asemeja al
mundo esquizofrénicamente existencial de “Crimen o Castigo” ni se acerca al
catatónico y vasto universo religioso de “Los hermanos Karamazov”, tal vez,
compita con el flagelo autodestructivo de “Los endemoniados”. Estas Memorias,
son una muestra del mundo pesimista, decadente y pusilánime en que Dostoievski
navegó como pez en el agua.
El subsuelo es un terreno que está debajo de la capa
laborable o debajo de una capa de tierra. ¿Quién puede vivir en esos lugares?.
Pensemos en el mundo de Dostoievski. Vivió en una tierra inhóspita, la Rusia
blanca de fines del siglo XIX, entre revoluciones europeas, con un mundo que se
acercaba al caos de una guerra mundial. En palabras de Camus, una gran peste.
Nuestro protagonista vive en ese mundo del subsuelo, no de
manera física sino psicológicamente y ahí está el mérito de esta obra del
escritor ruso. Confabula un punto de quiebre entre sus producciones menores y
sus obras magnas. Comienza a describir la insatisfacción del ser humano.
Aquello que abordarían a fines del siglo XIX de manera tan elocuente Nietzsche,
Kierkegaard hasta llegar a los ecos del existencialismo francés.
Las Memorias son uno de los primeros textos del
mundo existencialista. El hombre comenzaba a dudar de sí mismo y de lo que le
rodeaba, la ciencia no satisfacía las necesidades espirituales.
Una clara muestra es la pugna de la razón en el
protagonista de esta obra para señalar que “dos mas dos es cuatro”. ¿Por
qué cuatro y no cinco o tres?, ¿Por qué creer en las ciencias?.
La voluntad y el deseo que abandonan al ser humano lo
convierten en un habitante del subsuelo.
“Soy un enfermo. Soy un malvado. Soy un hombre
desagradable.” No encuentra Dostoievski una mejor manera para iniciar estas
Memorias. Un hombre agonizante, un desahuciado, en definitiva, un
incomprendido no para el resto, sino para sí mismo.
“Memorias del subsuelo” es un autoflagelante
monólogo en el que el narrador, un rebelde contrario al materialismo y al
conformismo imperantes en la sociedad, se constituye en el primero de los
antihéroes enajenados de toda la historia de la literatura moderna.
El hombre existencialista no es un modelo de una sociedad,
no es un héroe explícito ni mucho menos implícito, es una sombra. No es de
asombrarse, entonces, cuando Sartre nos presenta el sentido del mundo como una
eterna náusea. Un antihéroe de guerra. ¿Cuál guerra bélica?. La guerra basada
en el significado del ser, la eterna pregunta de Hamlet: “Ser o no ser”.
Este antihéroe “lanzará maldiciones contra el mundo, y
como sólo el hombre puede maldecir (éste es el privilegio que más claramente lo
distingue de los demás animales), conseguirá sus fines, que son convencerse de
que es un hombre y no una tuerca”. Si el lector pone atención a las
intenciones psicológicas del protagonista en esta novela filosófica descubrirá
que dicho escrito es anacrónico. No se limita a una Rusia de fin de siglo. El
hombre es hombre y no una tuerca. ¡Qué difícil decir esto en la
postmodernidad!.
Hay tantos antihéroes que no luchan, que ya han sido vencidos
por las tuercas. Otros, luchan.
El antihéroe nos señala en sus Memorias lo
siguiente: “...El hombre no renunciará jamás al verdadero sufrimiento, es
decir, a la destrucción y al caos...”. Cuando leí ese fragmento en la
novela corta de Dostoievski me acordé de unos versos del poeta chileno Pezoa
Véliz: “¡Se sufre, se sufre! ¿Por qué?, ¡Porque sí!”.
¿Qué más da sufrir?, ¿Buscar respuestas al padecimiento?,
tarea de tontos. Aceptar el sufrimiento como parte de nuestra existencia es la
primera estación para comprender que el hombre tiene otros objetivos en la vida
más que el de nacer para morir.
Afortunadamente, me considero una mujer del subsuelo. Más
allá de las tecnologías de la información (Internet, msn, blogs, facebook,
twitter, celulares, entre otros) lo que nunca debe perder el hombre es la
esencia que lo diferencia de lo creado. La palabra, y con ello, la comunicación
humana que vence cualquier tecnología.
El apesadumbrado protagonista nos dice: “...En nuestra
época, todo hombre decente es forzosamente cobarde y un esclavo...”. La
pregunta es, ¿Somos hombres decentes?. Podemos decir como Nekrassov, el
protagonista de estas Memorias, “... ¡Soy única, mientras ellos, son
todos!...”.
Tal vez pida demasiado. No espero que comprendan estas
palabras. ¡Qué hermoso es no esperar nada del resto!. ¡Cuánta tranquilidad hay
en el silencio!.
Termino citando a este antihéroe que miro en el espejo: “Si
ustedes no se dignan concederme su atención, no me echaré a llorar. Tengo mi
subsuelo”.
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