jueves, 22 de septiembre de 2011

La voz de las alas


La voz de las alas, de Jorge Echeverri, es ante todo el recorrido amoroso de más de cuarenta años que siguen dos personajes o si se quiere tres Lázaro y su madre/media hermana. El amor edípico de un niño hacia su madre hallará su satisfacción, con el correr de los años, en su media hermana. De la mano de Echeverri nos adentramos en un universo incestuoso, que el cineasta colombiano aborda sin un ápice de moralina. A su vez, Echeverri no hace del erotismo su principal caballo de batalla aunque sea un elemento que cruza toda la película, la cámara no esquiva los cuerpos sudorosos, a veces sucios, quizás ansiosos, pero se esfuerza además por crear atmósferas perturbadoras, enturbiadas, inquietantes. Un universo fuertemente melancólico e inestable, donde la pasión tiene el gusto dulce de una fruta que comienza a fermentar. Y donde no hay lugar para la inocencia.

Echeverri se embarca con “La voz de las alas” en un proyecto sumamente personal. No contento con asumir el guión y la dirección del filme, se hace cargo también de la producción, el montaje, la fotografía, y la dirección de arte. ¿Síntoma de escasez de recursos? En absoluto. Según datos del ministerio de cultura de Colombia, el presupuesto estimado de la película es de casi 600 millones de pesos un cuarto de millón de dólares, nada mal para una producción latinoamericana. La multiplicidad de locaciones, el vestuario, las distintas recreaciones de época y el retrato de la guerrilla dan buena cuenta de la enorme ambición que envuelve al filme. Si pese a las dimensiones de su proyecto Echeverri decidió llevar él solo las riendas de gran parte del trabajo tras las cámaras, la explicación habría que buscarla en su celo por desarrollar una mirada personal e independiente.

El filme se nutre de fuentes heterogéneas que resultan desconcertantes: metáforas visuales, citas literarias, universo kafkiano, erotismo, psicologismo y drama, se dan la mano con cierta inclinación por el melodrama televisivo y la profusión de lágrimas
En 98 minutos la imagen se esfuerza inicialmente por recrear la textura vintage de los 16 mm, para después optar indistintamente por la cámara al hombro y los planos fijos. Por su parte, el montaje pasa de la breve inserción de planos detalle que rompen la linealidad del relato visual, al más clásico montaje invisible. El resultado es un filme difícil de aprehender globalmente, con ritmos diversos, incoherencias y altibajos extremadamente acusados. Al terminar de ver la película, da la sensación de haber asistido a un collage, de haber visto tres o cuatro películas que han sido unidas con más voluntad que coherencia. La experiencia puede dejar un poco pasmado al espectador, pero no por ello carece de interés.

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