La voz
de las alas, de
Jorge Echeverri, es ante todo el recorrido amoroso de más de cuarenta años que
siguen dos personajes o si se quiere tres Lázaro y su madre/media hermana. El
amor edípico de un niño hacia su madre hallará su satisfacción, con el correr
de los años, en su media hermana. De la mano de Echeverri nos adentramos en un
universo incestuoso, que el cineasta colombiano aborda sin un ápice de
moralina. A su vez, Echeverri no hace del erotismo su principal caballo de
batalla aunque sea un elemento que cruza toda la película, la cámara no esquiva
los cuerpos sudorosos, a veces sucios, quizás ansiosos, pero se esfuerza además
por crear atmósferas perturbadoras, enturbiadas, inquietantes. Un universo
fuertemente melancólico e inestable, donde la pasión tiene el gusto dulce de
una fruta que comienza a fermentar. Y donde no hay lugar para la inocencia.
Echeverri se embarca con “La voz
de las alas” en un proyecto sumamente personal. No contento con asumir el
guión y la dirección del filme, se hace cargo también de la producción, el
montaje, la fotografía, y la dirección de arte. ¿Síntoma de escasez de
recursos? En absoluto. Según datos del ministerio de cultura de Colombia, el
presupuesto estimado de la película es de casi 600 millones de pesos un cuarto
de millón de dólares, nada mal para una producción latinoamericana. La
multiplicidad de locaciones, el vestuario, las distintas recreaciones de época
y el retrato de la guerrilla dan buena cuenta de la enorme ambición que
envuelve al filme. Si pese a las dimensiones de su proyecto Echeverri decidió
llevar él solo las riendas de gran parte del trabajo tras las cámaras, la
explicación habría que buscarla en su celo por desarrollar una mirada personal
e independiente.
El filme se nutre de fuentes
heterogéneas que resultan desconcertantes: metáforas visuales, citas literarias,
universo kafkiano, erotismo, psicologismo y drama, se dan la mano con cierta
inclinación por el melodrama televisivo y la profusión de lágrimas
En 98 minutos la imagen se esfuerza
inicialmente por recrear la textura vintage de los 16 mm, para después
optar indistintamente por la cámara al hombro y los planos fijos. Por su parte,
el montaje pasa de la breve inserción de planos detalle que rompen la
linealidad del relato visual, al más clásico montaje invisible. El resultado es
un filme difícil de aprehender globalmente, con ritmos diversos, incoherencias
y altibajos extremadamente acusados. Al terminar de ver la película, da la sensación
de haber asistido a un collage, de haber visto tres o cuatro películas que han
sido unidas con más voluntad que coherencia. La experiencia puede dejar un poco
pasmado al espectador, pero no por ello carece de interés.
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