“Cochochi”narra con
sensibilidad y extremo naturalismo, la vida cotidiana de uno de los pueblos más
antiguos de América Latina, todo bajo el prisma de Tony y Evaristo, dos niños
indígenas habitantes del suroeste del estado mexicano de Chihuahua, que nos
introducen en su mundo, sus costumbres y paisajes. Un viaje antropológico hacia
el corazón de la Sierra Tarahumara y del pueblo que lleva este nombre.
Un dato relevante y
significativo de este documental es que todos los actores de Cochochi son originarios del lugar en
que se desarrolla la acción y la mayor parte de los diálogos son hablados en su
lengua nativa.
Así la cámara en
mano irá siguiendo a los protagonistas por senderos y poblados, deteniéndose en
bellos paisajes y habitantes locales con sus vestimentas típicas. Se trata de
un registro documental del universo representado, donde tal como lo señala la
directora la trama es una excusa para zambullirse de lleno en el mundo
tarahumara.
Los tiempos de
Cochochi son lentos, los diálogos pausados. Poco a poco nos adentramos en un
entorno completamente rural. La dificultad de los desplazamientos, debido al
clima y a una geografía accidentada, hará de la radio un elemento vital que
permitirá la comunicación de los pobladores a través del envío de mensajes.
La escuela del
pueblo parece ser el único referente de que nos encontramos dentro de una
unidad mayor, que es el estado mexicano. La educación es un tema importante en
la película, un elemento de quiebre. Mientras Evaristo, el menor de los
hermanos se toma muy en serio sus estudios, Tony no les da importancia. Es
decidor el diálogo en que consuela a su hermano porque no ha atado bien al
caballo: “En la escuela no nos enseñan esas cosas”, dice, críticando el hecho
de que las enseñanzas que ésta entrega no se adaptan a las necesidades y al
estilo de vida de su pueblo.
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