viernes, 23 de septiembre de 2011

La mujer sin cabeza

Esta cinta trasandina, narra la historia de Verónica, una mujer salteña, dentista de profesión, que tras un accidente en auto y luego de superar el shock inicial, queda en un estado de confusión y de pérdida de la memoria que aparentemente no le impiden seguir desenvolviéndose con naturalidad en su ambiente cotidiano.
Con un  peculiar estilo cinematográfico de la directora argentina Lucrecia Martel, que luego de tres películas es reconocido ya como el sello Martel: una cámara ágil y movediza, un juego con los encuadres, el desenfoque y el fuera de campo; una densidad sonora importante; y una presencia de los cuerpos (de sus formas, texturas y sudores) totalmente innovadora. Cada actor dirigido por ella adquiere una personalidad única. Cada película de Lucrecia Martel es una experiencia potente, mágica y difícil de digerir. Un rico imaginario visual y sonoro que engolosina y satura a la vez. Se trata de historias de suspenso con toques del género de horror, ambientadas siempre en la provincia de Salta, de donde ella es originaria.

La trama de La mujer sin cabeza puede ser un poco básica o banal y no radica en ella el mérito de la película, sino en el mundo que representa la directora: la situación en que se encuentra Verónica, el personaje central, y cómo su confusión y la de los demás se traducen en un lenguaje cinematográfico inquietante y psicológicamente opresivo. “No quería dar una respuesta absoluta sobre el estado del personaje, de qué era lo que le pasaba a ella, me pareció que la película entera tenía que ser como su estado”, ha explicado Martel en una entrevista.
No quisiera terminar esta entrada sin referirme a la presencia de los personajes populares, que están también en las demás películas de la directora. Su sola existencia como seres sin una mayor profundidad, totalmente intercambiables, es una denuncia al clasismo presente en Salta, y por extrapolación en Argentina y en América Latina en general. Los “negros” son muchos, son la mayoría de hecho, están siempre presentes e incluso establecen relaciones con los protagonistas (generalmente de servidumbre). Pero son "ninguneados" y su partida o desaparición no afecta de manera determinante el estado de las cosas, aunque haya una muerte de por medio. Porque el valor de la vida suele depender de la clase social a la que se pertenezca.
Si bien no está a la altura de “la Ciénaga”, vale la pena revisarla.

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