Lisbeth es una chica con aspecto de chico, llena de sombras, de
breves palabras y nula sonrisa, con piercings y tatuajes por todos lados y una
hacker de primer nivel. A sus 24 años, tiene tutor que le regula su dinero,
tras su salida de una institución siquiátrica.
Ella, por decisión propia, se cruzará en la vida de Mikael
Blomkivst, un periodista de investigación que ha sido condenado a tres meses de
cárcel por difamación. Mientras espera el cumplimiento de la sentencia en
Estocolmo, recibe un llamado de un millonario. Se trata del patriarca de la
familia Vanger, que vive en una apartada isla. El anciano lo contrata para
investigar la misteriosa desaparición, hace cuarenta años, de su sobrina
regalona, Harriet, una hermosa adolescente de 16 años.
Blomkivst dispone de medio año, antes de cumplir su condena, para
realizar el encargo. Mikael comienza a revisar archivos y fotografías, pero no
es hasta que se le cruza Lisbeth hackeando su disco duro que no comienza el
avance en la retorcida y sórdida historia que hay detrás de la desaparición y
de una serie de horribles crímenes de mujeres.
Esta cinta tiene todos los méritos de una trama policial
convencional es relativamente sencilla de seguir, los cabos se atan hasta con
epílogo, pero también lo mejor de la tradición del cine negro, aparte de una
excelente fotografía y con escenas muy
crudas a lo largo de las más de 2 horas que dura esta cinta.
Para comenzar, una antiheroína maltratada pero no víctima, estoica
pero no resignada, una vaquera que se ha tomado la justicia por sus propias
manos desde muy pequeña y que no tiene más ley que la de la autodefensa a todos
los niveles posibles. Al lado de Lisbeth, se desdibuja la apariencia ruda y
algo escéptica del periodista, que termina sucumbiendo al inquietante misterio
que rodea a su compañera de trabajo.
Gracias a Lisbeth, la investigación avanza hacia senderos
peligrosos y en la huella exacta.
El curioso nombre de la película y la novela simplemente alude a un asesino serial que
elige como víctimas a mujeres (esa es la parte convencional), pero está lejos
de ser un panegírico feminista del tipo los hombres son los malos.
Sí hay una mirada a las mujeres dañadas a causa de la brutalidad
masculina y su indefensión frente a esa “superioridad”. Mujeres que les dicen a
sus hijas: “Debí elegir un mejor padre para ti”.
“Los hombres...” tiene escenas de mucha crudeza, que son tan
perfectamente coherentes con el frío, duro y desolador entorno, que ni siquiera
marcan lo fundamental del relato. Están allí, a la vista del espectador, porque
así es esta historia: oscura y nada amable. Sin compasión. “Como todos, pudo
elegir lo que quería ser”, sentencia Lisbeth sobre el criminal.
Fascinante de seguir; imposible de quitar los ojos de ahí.
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